¿Cuál es la diferencia entre un acosador y un niño que simplemente tiene un mal día o es malo en ese momento?
Los niños tienen días malos, es normal. Pero el acoso es diferente. Cuando alguien intimida a otra persona, la intención suele ser hacer que la otra persona se sienta “menos que”, elevarse a una posición de poder. Esto puede ocurrir mediante palabras, acciones, intimidación o comportamientos poco amables, ya sea individualmente o en grupo.
En la intimidación, el mensaje subyacente es: Algo te pasa. Las críticas, el menosprecio y las conversaciones negativas contribuyen a esta dinámica perjudicial.
El acoso en grupo puede ser aún más perjudicial. Cuando los demás se ríen, siguen el comportamiento o no defienden al niño acosado, éste puede sentirse como un marginado social. Siente que no encaja o que la gente está en su contra, aunque los demás no hayan dicho nada. Su participación, incluso en silencio, refuerza el daño.
El acoso no sólo afecta a las relaciones personales. En los grupos, crea una sensación de exclusión: Yo no pertenezco. Yo soy diferente. Cuando estas experiencias no se abordan, pueden tener efectos a largo plazo.
Como terapeuta, he visto a muchos adultos revivir recuerdos de acoso escolar, religioso o social, incluso 20 o 30 años después. Estas experiencias a menudo conducen a creencias negativas, tales como:
“No soy suficiente”.”
“No soy como los demás”.”
“Debo ser estúpido”.”
“Se aprovechan de mí fácilmente”.”
Estas creencias interiorizadas pueden acompañar a las personas hasta la edad adulta, determinando cómo se ven a sí mismas y cómo se desenvuelven en las relaciones.
Para entender la diferencia entre un niño que tiene un mal día y el verdadero acoso, debemos analizar todos los componentes del comportamiento y cómo afecta a la persona que es objeto del mismo. Como sociedad, no podemos ignorar estas experiencias: nos afectan a todos. Cuando se hiere a una persona, el impacto se extiende hacia fuera.